El gusto por el sistema
No sé usted, pero me siento más cómodo en un sistema que sin él. Esto implica rechazar ideas que se crean con palabras como «subjetivo», «relativo», «depende», «particular», etc. que se emplean para justificar la falta de orden y mejora.
Quienes tratan de llevar los avatares de la vida humana a temas técnicos confunden que las herramientas son neutras. Y aunque seamos nosotros los que las producimos y utilizamos (tecnologías), su uso no tiene por qué cargar con nuestras debilidades. Errores, confusiones y cansancio son estados humanos que no son transferibles directamente a las herramientas, y menos, cuando un grupo de personas trabaja sobre un mismo sistema, lo cual las reduce.
Ejemplo: cuando una persona programa un sistema sin ayuda, tiende a trasladar sus debilidades en el código, ya que carece de alguien que le alerte y le dé retroalimentación. En cambio, mientras más personas participan en el código, esas debilidades se reducen; y si ello no ocurriera y continuaran surgiendo errores —y excusas a estos— podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que su sistema está mal diseñado, no sólo en cuando a las prácticas usadas en su código sino en su metodología —si es que existe— de trabajo.
Un sistema está compuesto por partes y relaciones, con cohesión: si una parte falla, no significa que todo el sistema falle. Además, los sistemas a los que me refiero son dinámicos, no rígidos.
Defender la importancia de los sistemas no implica que no deba haber errores en el software, es más una aspiración a reducirlos dependiendo de varias condiciones, incluido el tipo de software que se desarrolla.
Sin creer en los sistemas, no tenemos más opciones que cruzarnos de brazos y seguir —ad infinitum— diciendo: «Los errores existen porque somos humanos». Mientras que con los sistemas, aunque sea de manera remota, existe la posibilidad de que podamos hacer algo más.
Acaso un poco más.