Reencuentros
… A las puertas de regresar a Chile —de vacaciones— luego de casi cuatro años, me despertó la duda: ¿qué recordarán mis amigos y mi familia de mí? Y es que ha pasado tanto tiempo. Tiempo el cual he vivido muchas cosas: he leído y escrito como nunca; he hecho amistades mientras he perdido otras; he ganado sueños mientras perdía otros. Quizá lo único claro es que he intentado escribir con pasión sin llegar a posponer la vida. Si lo he conseguido o no, no sé.
La gente —erróneamente— cree que tú eres la misma persona a lo largo de la vida; que la imagen que crearon de ti se sigue proyectando con el paso del tiempo. No es así. Mi presente y mi pasado van por direcciones opuestas. Aunque guardan una yuxtaposición: los temores y las pasiones.
Cuando vivía en Santiago de Chile —pues soy de Castro, Chiloé— algunos compañeros de trabajo deseaban que hablará de las costumbres típicas de Chiloé: las comidas, las fiestas, o que les sugiriese algún paradisiaco lugar; y yo nunca tenía nada que decir: pues nunca me interesó. Ahora, en España sucede lo mismo, pero cambiando Chiloé por Chile. Tampoco tengo algo que decir. Nunca he sentido un apego a una cultura; pues el apego lo siento por las personas o por las ideas o por mi biblioteca. Soy un ciudadano del mundo, un cosmopolita, en su sentido positivo; «soy un ser humano y no hay nada peor que eso» en el negativo. En suma: soy el peor representante de mi país, porque no lo ataco, sino rara vez lo menciono.
Aunque la omisión no siempre presupone desinterés (de otra forma no escribiría esto). Claro que guardo un interés por las vicisitudes de mi tierra, del sitio de mi familia. De una u otra forma me mantengo informado sobre lo que sucede, luego me retiro. Porque nunca hay que estar mucho tiempo —de manera virtual— en el lugar que ya no vives.
Mencioné antes temores y pasiones. En Chile guardo más temores que pasiones, esto se debe a que en gran medida —ahí— aprendí a deprimirme. Vivía ansioso, preocupado, como si llevara una mochila demasiado incómoda que me impidiera sentarme y pensar y crear. No es casualidad, entonces, que todos los aspectos creativos-pasionales que he realizado durante este tiempo —pódcast, libros, doctorado, charlas, y este mismo newsletter— hayan sucedido en España.
Hay muchos posibles motivos para esto, ninguno lo suficientemente claro.
Y, aunque, viviendo en España, pocas veces hago uso de los modismos chilenos —por respeto a mi interlocutor, excepto si se trata de un chileno—, a solas en casa, con mis libros, con mis escritos, con mis soledades, siempre en voz alta reflexiono: «¿Qué significará esa wea weón?».
Nadie puede escapar de su comienzo.