¡Allí, en la nube!
Apodada así por los entusiastas de la imaginación, el concepto de «nube» se ha vuelto tan presente como comercial en nuestro «tecnomundo». Ya no se puede decir «Mi aplicación funciona en un computador», que sería lo simple y correcto. No. Ahora hay que decir «Mi aplicación funciona en la nube», y uno, con cierta ingenuidad bordeando el realismo levanta su mirada hacia el cielo buscando una respuesta. Otros, más avezados cambian el verbo «funciona» a «está»; y esto porque ya no quieren indicar una acción, más bien, quieren decir: ¡Está allí! ¡La aplicación reside allí!
La metáfora parece perfecta. Si no fuera porque no siempre vemos nubes. Hay días soleados en donde no hay ningún rastro de nubes. Quizá por eso algunos servicios de software dejan de funcionar; permitiendo compensar esta falencia y, de esta forma, mejorar la metáfora. Una buena estrategia (si, nunca lo pensamos, claro).
La cuestión se vuelve evidente cuando algunos quieren aprovechar las técnicas de marketing para enriquecer la metáfora. La nube como un atributo diferenciador, no sólo del funcionamiento de un software, sino también de una empresa: «Mi empresa —se suele leer— trabaja en la nube», y yo, algo asustado, me pregunto «¿Cómo lo hacen?», pues parece un lugar inhóspito para trabajar. Quizá un cementerio, con todas las despreocupaciones que conlleva, sería un paraje más adecuado. En fin, luego al ver sus prácticas empresariales, uno descubre el porqué de esta audacia, de esta valentonada, se debe a una suerte de metáfora de la metáfora, una metametáfora que, por supuesto, sólo ellos entienden.