Cerca de las 14 h de hoy, desbloqueo mi móvil, tengo una notificación de WhatsApp, y leo el siguiente mensaje: «Hola Camilo, siento comunicarte que dejo el ciclo de programación. Has sido un buen profesor, pero al ver cómo ha ido evolucionando el ciclo he comprendido que no es mi vocación. Muchísimas gracias por todo, un abrazo.» Esto que en un comienzo me dio una pena, paso a ser una sensación de que acaso yo también había fracasado, ¿fallé al no traspasar mi pasión?, ¿fallé al no percatarme de que no estaba comprendiendo lo que le enseñaba? Muchas preguntas me rondaron, solo una respuesta encontré: que hay límites en la enseñanza.
No sé si soy un buen profesor —quizá él lo dijo solo por cordialidad—, pero al menos me preocupo por hacerlo bien —que no es lo mismo—. Entre todos los pensamientos que me vinieron a golpear mi puerta, recordé mi pasado que, es lo único que conozco bien, o al menos, es donde tengo los recuerdos más vividos, plagado de fracasos y de algunas victorias. Y es que en programación también fracasé, recuerdo como reprobé la primera asignatura de programación que tuve, llamada Programación I, programación en C, exámenes en papel en donde teníamos que escribir diversos tipos de algoritmos para manejar arreglos y punteros. Luego tengo un recuerdo —algo borroso para ser sincero— en dónde estuve aprendiendo a programar en Python para tomar —unos meses después—de nuevo la misma asignatura, Programación I, y aprobar con distinción, sin problemas, ¿qué sucedió?, ¿qué fue lo que cambió en mí?
Creo que, en esas largas horas de soledad, pude encontrar el estado de flujo, inundarme de PDF (libros piratas de programación, pues no tenía dinero para comprarlos), leer tutoriales por internet, consultarle a través de MSN a un amigo problemas de programación (todavía existía esa aplicación en ese tiempo), hice todo lo posible, para no renunciar. También recuerdo preguntarme si programar era para mí, si acaso estaba perdiendo el tiempo, creo que mi respuesta vino cuando comencé a comprender que sonreía cuando era capaz de resolver un problema sin ayuda, era como la sensación de una droga inocua, como una misión cumplida, como acercarme a un estado en donde una meta —aunque insignificante— era cumplida.
Viernes y sábados era normal encontrarme frente a un computador intentando resolver algoritmos de algún libro aleatorio o ejercitando en Top Coder o en Project Euler. Y aunque puede parecer una historia de «el pobre muchacho que producto del esfuerzo sale adelante» creo que perdí también muchas cosas: amigos, parejas, recuerdos gratos, lugares que no conocí, peor aún, personas que no conocí y que jamás conoceré. Yo creo que todo en la vida tiene un coste. Quizá, producto de mi inmadurez, creí —a veces todavía lo creo, aunque con menor intensidad— que esas otras cuestiones las puedo hacer más adelante, como lanzar una moneda al futuro esperando que saldrá del lado que según yo desee. ¿Una apuesta segura o una apuesta ingenua?
La enseñanza está limitada al receptor, solo esa persona puede dar la última palabra, tendrá que luchar con sus propios miedos para saber si es posible continuar por ese puente o tendrá que quemarlo.
Esto no quiere decir que al chico que le di clases se rindió antes de tiempo, no, es difícil saber eso. Más bien se podría decir que cualquier persona debe resistir hasta que sus fuerzas lo permitan, pero cuando tu sufrimiento es más grande de lo que puedes soportar, está bien irse, la vida no termina ahí, innumerables historias demuestran que cuando se cierra una puerta se abre otra.
Espero que él encuentre su puerta en un lugar alejado del código donde pueda brillar, otros, como yo, encontramos que teníamos que aferrarnos a esa puerta porque no había ninguna otra.
Camilo, no todo el mundo está destinado a que su actividad principal sea programar. Yo estoy convencido de que mucha gente que empieza a estudiar Informática no tiene ni idea de qué es lo que va a tener que estudiar en la carrera (yo conozco alguno que se apuntó y cuando vio en qué consistían las asignaturas, cambió de carrera, porque no era lo suyo). Puede que, incluso nosotros que amamos lo que hacemos lleguemos a pensar, en algún momento, que es hora de dedicarse a otra cosa. No lo creo, pero no puedo descartarlo... Por tanto, está bien que te plantees si eres buen profesor, porque ello te lleva a mejorar. Pero no tiene sentido que hagas una asociación automática de que cualquier alumno que abandone es porque tú lo estés haciendo mal.
Relacionado con estos cambios de actividad, recomiendo el libro "Amplitud", de David Epstein. Y "El elemento", de Ken Robinson.