Con su indumentaria preparada, un largo sombrero negro que parecía contener un conejo, una corbata con figuras simétricas, una camisa de color plata que a veces colgaba en el viejo perchero para ser usada en caso de emergencia, y una nariz roja para cuando comience el espectáculo. Él salía a escena, a veces contaba las nuevas bondades de la programación, en otras ocasiones, solo hablaba por hablar, «había que rellenar», decía. Y es que tenía que cobrar. «Si no grabo, no cobro» repetía con un tono angustiado, con una sonrisa nerviosa que le llegaba hasta suelo, como queriendo decir «no puedo bajarme de la rueda, perdería, perdería». Señor, yo no lo puedo ayudar, ¿por qué me lo cuenta a mí?
Primero hablaba de la tecnología de moda, luego de que la tecnología no es lo importante, luego mencionaba los principios, los diseños de patrones, los conceptos del diseño de software, después volvía a decir que la tecnología no es importante, luego decía que lo es (ha vuelto a estar de moda), «que todos pueden hablar de lo que quieran» me advertía con cierta seriedad. No lo escuchaba. Porque ya me sabía esa historia.
Pasaba de experto en informática a experto del feminismo, una breve parada por el cambio climático (está de moda), y es que hay que buscar la polémica, me repetía, con un cierto onanismo, «hay que cobrar» me volvía repetir. Y yo pensaba, ¿y a mí qué?
«¿Cómo sobrevives?» me insistía. Pues viviendo, escribiendo, hablando poco, y mandando a la mierda a la mayor cantidad de gente posible. Él se asustaba con eso último, «si yo fuera así, no cobraría» me repetía. «Pues debo cobrar, Camilo» me gritaba, yo asentía.
A punta de likes, de escribir, de escribir, de hablar porque hay que seguir hablando, él subsistía. Solo quería ganar. Adicto a la retribución inmediata, «hay que cobrar», me volvía a repetir. ¿Código? Poco. No hay tiempo para programar si hay que cobrar. Cobrar siempre está primero. Programar no tiene valor si no se cobra. Esto me lo repetía a diario en sus videos.
Pero él sabía lo que yo quería, «con eso no cobras» me volvía a repetir. Eso, eso, no genera impacto ni audiencia, «no cobrarás» finalizaba. De cuando en cuando se volvía menos superficial y me decía «de esto se habla poco, porque es teoría, lo hablaré», luego le alertaba que con eso no iba a ganar los seguidores que él tanto quería, «me va a permitir cobrar» me volvía a repetir. Seré el único que lo hable, eso me dará un nuevo status, «siendo primero, siempre se cobra» advertía.
Ya no tenía tiempo para seguir hablando con él; de sus indirectas por videos a su confusión personal ya nadie lo entendía. Se lo hice saber, porque algo de aprecio le tenía, un poco, acaso porque parecía simpático, me gusta la gente que me hace reír; la última vez que me volteé a recriminarle volvió a lo mismo: «perdóname, no puedo hacer lo que me dices, si no, no puedo cobrar» sostenía.
Qué hermoso, de lo más bonito que he leído en bastante tiempo.