Con su indumentaria preparada, un largo sombrero negro que parecía contener un conejo, una corbata con figuras simétricas, una camisa de color plata que a veces colgaba en el viejo perchero para ser usada en caso de emergencia, y una nariz roja para cuando comience el espectáculo. Él salía a escena, a veces contaba las nuevas bondades de la programación, en otras ocasiones, solo hablaba por hablar, «había que rellenar», decía. Y es que tenía que cobrar. «Si no grabo, no cobro» repetía con un tono angustiado, con una sonrisa nerviosa que le llegaba hasta suelo, como queriendo decir «no puedo bajarme de la rueda, perdería, perdería». Señor, yo no lo puedo ayudar, ¿por qué me lo cuenta a mí?
Qué hermoso, de lo más bonito que he leído en bastante tiempo.