Errante fue el pensamiento de Descartes; al igual que el destino de su cuerpo luego de su muerte en 1650. Paso de un lugar a otro, sin reconocimiento, ni cuando sus restos volvieron a Francia —tras diecisiete años— para ser sepultados en la abadía de Sainte-Geneviève, y es que ser acusado de ateo era algo grave en una sociedad dominada por el cristianismo. Todos estuvieron prohibidos de rendirle homenaje, incluso científicos y filósofos. Los odios surgidos por las ideas nunca cesan.
El hombre que propuso la duda sistémica como método para hacer filosofía no lo paso bien en vida, ridiculizado por sus contemporáneos (Voltaire) y también luego de su muerte. Algunos le achacaron a Descartes que, culpa de sus tesis, habían frenado los avances de la física de su tiempo. Una exageración, claro.
Los dogmas van en direcciones opuestas a las dudas. No se puede dudar cuando hay que afirmar, esto, ciertamente, no le importó a Descartes. Acaso lo elemental de su pensamiento está en venir a advertirnos que debemos poner a prueba nuestras creencias: descomponer un concepto en sus partes constitutivas, analizarlas una a una, y no tener ningún juicio previo, para luego alcanzar una conclusión.
Normal es, sobre todo hoy, encontrarnos con informáticos —y personas de otras ingenierías— que tienen más certezas que dudas. Van por la vida entregando los «nuevos saberes», sin una pizca de temor en sus palabras. La duda contiene temor, el temor de la existencia de una mínima posibilidad, de que lo que decimos sea falso.
En fin, las últimas palabras que pronunció Descartes fueron It faut partir (Llegó el momento de partir), nosotros también podríamos partir, no al «valle celestial» —o «¿valle de lágrimas?»— sino a una tierra en donde nos soliciten un pasaporte con la siguiente inscripción:
Estoy capacitado para dudar
Camilo, este artículo me ha hecho acordarme del libro "Piénsalo otra vez", de Adam Grant https://www.amazon.es/Pi%C3%A9nsalo-otra-vez-poder-Deusto/dp/8423432904/ En el libro se cuenta una anécdota sobre una conferencia que impartió Adam Grant, a la que asistió Daniel Kahneman, el psicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía en 2002, y autor del libro "Pensar rápido, pensar despacio" (recomiendo su lectura). Al final de la conferencia, Kahneman le comentó a Grant que se sorprendió al enterarse de que las personas generosas tienen una tasa de fracaso superior a la de otros individuos más egoístas o con tendencia equilibradora, aunque también tienen un porcentaje de éxito más elevado. Y Grant cuenta que Kahneman, al darse cuenta de que su creencia era errónea, sonrió y se le iluminaron sus ojos, y le dijo a Grant: "Es maravilloso. Estaba equivocado". En la comida posterior Kahneman le comentó que disfruta de verdad cuando descubre que está equivocado, porque eso significa que ahora está menos equivocado que antes. Y que equivocarse es la única forma de estar seguro de que ha aprendido algo. Cuando Grant le preguntó cómo conseguía mantener esa actitud, Kahneman le respondió que se niega a convertir sus ideas en parte de su identidad, que el apego a sus ideas es provisional y que no siente un amor incondicional por ellas. En nuestro proceso de crecimiento personal, tenemos que aprender a desvincularnos de nuestro yo del pasado, y eso facilitará alejarnos de las creencias erróneas que tuvimos anteriormente.