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Ilusiones son simples ilusiones
Este texto es un fragmento de otro texto que estoy escribiendo y que, si las cosas resultan, anunciaré en su debido momento.
Todos aspiramos a ser mejores en algún ámbito de nuestra vida: mejores amigos, mejores parejas, mejores hijos, mejores padres… Y para aquellos de nosotros que disfrutamos de la programación, también hemos anhelamos convertirnos en ser mejores programadores. Una aspiración que surge en nuestra primera etapa como creadores de código, embriagados por la emoción que resulta ver nuestro progreso. Sin embargo, debemos reconocer que esta búsqueda de mejora no siempre es posible y, en muchos casos, es una insignificante ilusión. Para algunas personas programar guarda una imposibilidad, similar a mi propia incapacidad para bailar o jugar fútbol. No siempre coincide el nivel al que aspiramos llegar con lo que podemos alcanzar. A menos que uno confunda valor con progreso. El valor puede surgir en momentos puntuales, como atreverse a hacer algo que nunca había intentado, lo cual está muy bien, pero, evidentemente, eso no significa necesariamente que se abandone esa imposibilidad.
La clave está en ajustar nuestras aspiraciones a mejoras alcanzables, y para lograrlo, es necesario conocerse a uno mismo y ser sincero. La palabra «sinceridad» viene del latín sinceritas y significa «cualidad de actuar sin fingir», es decir, actuar en nuestra propia película ocupando nuestro papel asignado sin interpretar el papel de otro. Sin embargo, para muchas personas pararse frente al espejo y mirarse cada mañana al despertar, o en la noche antes de dormir, suele ser implacablemente duro, pues han perdido la autoestima tanto por una falta de confianza en sí mismo como de halagos de parte de otros, ambas situaciones elementales para edificarse como persona. Obligándolos a aumentar sus límites a máximos irascibles, que no le permitirán aprender nada, y que, más tarde, se transformarán en ilusiones.
Por otro lado, menos se trata de un tema de hacer un mayor esfuerzo, como las 10 000 horas que proponía Malcolm Gladwell para conseguir ser un experto en un campo. Esa cantidad de horas es lo mínimo que debe alcanzar una persona que tiene, por un lado, una predisposición hacia su disciplina y, por otro, una pasión absoluta hacia su campo, que le permita compensar el esfuerzo. Alguien que no tiene ambas cosas ni siquiera se molestará en alcanzar esa cantidad de horas. Lo abandonará más temprano que tarde, encontrando una justificación para su impericia. (Sin mencionar que, incluso, si contara con ambas, no se puede asumir que logrará ser un experto de su campo, pues el total de horas no dice nada sobre cómo debería ser la práctica, como tampoco nadie se vuelve un experto en programación escribiendo un «Hola, Mundo» en cien lenguajes de programación distintos.)
Esto no es exclusivo de las personas que, con esperanzas e ilusión, comienzan a programar es, de hecho, más evidente en los programadores experimentados (desde ahora me referiré a ellos como senior). Los seniors al tener años escribiendo código conocen lo que pueden programar y, sobre todo, lo que no puede programar. Un buen senior conoce su imposibilidad. Incluso si le dan el doble o triple de tiempo para completar la tarea, posibilidad que no depende del tiempo sino de su pericia. Pues a menos que sea un ignorante de su propia ignorancia —que los hay— tiene reconocido sus propios límites. También saben que una de las cuestiones más complicadas de escribir código no es tanto un tema técnico como tratar con las personas, sean estos sus colegas o clientes. La convivencia en un equipo tóxico o no tener la capacidad de comunicarse con sus compañeros lo llevará a un despeñadero.
Ahora bien: es valioso reconocer que existen límites. Cada individuo tiene sus propios límites y están determinados por una multitud de factores, por ejemplo, las habilidades innatas, su personalidad, su capacidad de esfuerzo, su capacidad de planificación e incluso su carisma. Una persona como Aaron Swartz es evidente que contaba con habilidades innatas, que le permitían minimizar sus límites, dándole la oportunidad de tratar complejos temas técnicos, combinados con un carisma que le daba una sutil sensibilidad social. Pero, cuando se tiene una personalidad propensa a la negatividad, ocurre lo contrario. De seguro alguna vez ha encontrado con personas negativas que, prisioneras de su propia toxicidad, expresan frases como «no sirvo para nada» o «soy pésimo en todo» o «no vale la pena intentarlo», esto ya es un indicio de que será imposible cualquier intento de superación, ya que estas personas no necesitan de enemigos externos: ya cuentan con sus autosaboteadores para obstaculizar hasta el más mínimo avance de mover sus límites.
La esperanza, por tanto, es una emoción humana que nos impulsa a emocionarnos y a movernos en búsqueda de un objetivo deseado, dejando de lado un cierto pesimismo, incluso cuando las posibilidades parecen remotas. No obstante —y esto es importante remarcar— no debemos olvidar que las esperanzas pueden quebrarse rápidamente, ya sea cuando chocas con el primer gran dolor de tu vida, del cual tú no tienes ninguna responsabilidad, o cuando nos encontramos con un desafiante problema técnico que somos incapaces de resolver. Quebrarse es el desenlace que nos recuerda la fragilidad de nuestras ilusorias aspiraciones, que pasan de sueños a infiernos.