La cámara de eco
Los que creen tener la verdad carecen de dudas, no se discute cuando se confía en una verdad absoluta e inamovible, los debates no son necesarios ni el intercambio de opiniones, solo hay que aplacar al «equivocado», obligarlo a entrar en razón y someterlo a su dogma.
Copiar y pegar un mensaje que no le gusta, y compartirlo en su cámara de eco es suficiente, hay que acallarlo, peor aún, ridiculizarlo, ponerlo en la hoguera, «¿cómo se atrevió a ir en contra de mis intereses?» piensan; y es que los fanáticos siempre están deseosos de que pongan a otro anónimo en las llamas, es «divertido», los valida ante su «líder», y es que él siempre tiene la razón.
Los influencers (en particular de programación) que influencian solo a los similares a ellos,1 han tomado una nueva bandera de lucha contra los «equivocados» —«¿y trolls?»—, acaso por su incapacidad para mirar para otro lado o por no creer en lo que, con claridad y elegancia, diría Epicteto: «solo hay una manera de alcanzar la felicidad y es dejar de preocuparse por cosas que están más allá del poder o de nuestra voluntad», la de contraatacar a sus críticos exponiéndolos contra sus hordas. «Si alguien me ataca, lo lanzo contra los leones» repiten cada día, y es que, si los leones no comen, pueden comer cualquier cosa —hasta a su amo—. Se acompañan y retroalimentan en la risa, en el bullying, las masas siempre están dispuestas a reír cuando no se ríen de ellos.
Esta actitud cargada de infantilismo y aprovechada por las circunstancias de tener muchos adeptos, aporta nada. Pues se transforman en lo que dicen odiar. Quizá lo usan como un arma de defensa para no debatir, «no se debe debatir con nadie, solo hay que escuchar y leer a los nuestros». Un pensamiento clásico de los totalitarios, de los que no aceptan los contrastes.
La riqueza humana consiste en discernir, en tener la capacidad de confrontar ideas con respeto, en ser tolerante, en no ser aquello que no te gusta, en ganar algo fundamentalmente humano: la dignitas hominis que, bien entendida, debería venir acompañada de un recordatorio: no humilles a otros porque te humillas a ti mismo.
Algo que se ha vuelto popular, sobre todo, en Twitter. Deberíamos darles las gracias de no exponer el nombre de la persona que no les gusta, pues al fin de cuentas les entrega likes y uno que otro adepto.