Imagínese esta misteriosa escena: sentado frente a un ordenador intentando aprender un nuevo lenguaje de programación. Uno que solo lo conoce de nombre. Uno que solo un pésimo amigo le habría atrevido a recomendar —en modo de venganza camuflada—. Comienza ver códigos de ejemplos —el típico «hola mundo»—, acaso se podría parecer en su sintaxis a algo que haya programado antes. ¿En qué momento puede decidir si le gusta?
Un cúmulo de incertezas
Un cúmulo de incertezas
Un cúmulo de incertezas
Imagínese esta misteriosa escena: sentado frente a un ordenador intentando aprender un nuevo lenguaje de programación. Uno que solo lo conoce de nombre. Uno que solo un pésimo amigo le habría atrevido a recomendar —en modo de venganza camuflada—. Comienza ver códigos de ejemplos —el típico «hola mundo»—, acaso se podría parecer en su sintaxis a algo que haya programado antes. ¿En qué momento puede decidir si le gusta?