Nada es para siempre, dicen
Fíjese, todos hemos tenido que despedirnos de algo que queríamos: una fiel mascota, un buen amigo que se va a vivir a otra ciudad, una pareja que se transforma en «ex-pareja» —«¿por buenas razones?»—, o un familiar que lamentablemente fallece. Todo hemos perdido algo en nuestra vida —y por lo general lo aprendemos pronto—. Es normal. Es parte de ser humanos.
Hace poco la librería a la cual frecuento anunció su cierre —se llama Alibri, en Barcelona, España—. Esto que a primera vista puede parecer «normal» luego del COVID, se vuelve duro cuando te enteras de que la librería lleva 97 años. No fue solo por el COVID, fueron un cúmulo de cuestiones. Y es que, aunque no creamos, a veces todo tienen un final. Atesorar los momentos gratos, alegres, positivos, en donde fuimos felices es algo que deberíamos cultivar con el recuerdo. Un recuerdo con mayor frecuencia.
Ayer compré un libro —quizá el último— en dicha librería: Confesión de Lev Tolstói.1 Uno de los grandes escritores rusos. Nunca había tenido la oportunidad de leer su prosa, y es que el autor de Guerra y Paz es afamado como uno de los íconos de la literatura de todos los tiempos. Esto me lleva a una reflexión: así como perdemos cosas surgen nuevas oportunidades, nuevos descubrimientos, creo, luego de comenzar a leer este libro que los temas que trata Tolstói son inherentes a la existencia humana.
¿Por qué vivir? ¿Cómo vivir? Son cuestiones de índole filosófica y, aunque la filosofía no genere una pasión a todos, gran parte de nosotros nos hemos cuestionado esto, ¿acaso tiene sentido nuestra vida? Estas preguntas son las que describe Tolstói en este libro que tiene una forma de diario personal, donde se puede apreciar a un hombre atormentado por su presente y futuro en búsqueda de referencias en su pasado. Un hombre que en vida logró la fama, dinero, una familia, y a pesar de eso siempre estuvo insatisfecho con su propia vida, y que, hasta sus últimos días no dejó de cuestionarse qué es la felicidad.
Y aunque no tengamos respuestas a estas profundas preguntas, ni menos Tolstói tenga respuestas, descubrir nuevos textos, películas, conversaciones con otros, son mecanismos que nos hacen desafiar nuestro sistema de creencias y es siempre enriquecedor.
Con la programación pasa igual. Siempre descubro algo nuevo, algo diferente, una propuesta desafiante, —o quizá nada de eso, pero nos hace pensar— que nos hace ver que las cosas pueden ser de otra manera. Quizá peor. Quizá mejor.
Por todo esto considero prudente mencionar el que quizá sea el primer libro de filosofía de la ciencia de la computación:2
La programación no es una actividad alejada de las grandes preguntas de la vida. No vive aislada. Es una actividad humana. Únicamente sus preguntas radican en otro contexto, el código mismo. ¿Cuál es la diferencia entre el software y hardware? ¿Cómo sabemos que realmente conocemos un lenguaje de programación? ¿Qué es un programa? ¿Qué define a un algoritmo, su implementación o su especificación?
Raymond Turner hizo el primer intento en buscar sistematizar estas preguntas, agrupándolas en las distintas áreas de la filosofía de la computación. Le recomiendo dicho libro, no se arrepentirá.
(Para una introducción a la filosofía de la computación puede revisar mi canal de YouTube. Véase el enlace de más abajo.)
KRK ediciones. Se lo recomiendo.
Computational Artifacts: Towards a Philosophy of Computer Science (2018), editorial Springer.