Obsesiones
«Hay obsesiones que te persiguen toda la vida» repetía —con insistencia— aquella voz. Aun hoy se materializan cuando acechan por mi rutina: los paseos, los cafés, los libros y ciertas aventuras de dudosa procedencia; y, otras, que prefiero ocultar y callar (porque siempre es bueno tener un salvoconducto contra el futuro).
Entre las obsesiones que considero inocuas se encuentra la de comprar libros. No hay semana —que mi bolsillo lo permita— que no compre un libro. Algunas veces por un ímpetu propio de un lector, pues todo intento de buen lector es un comprador compulsivo en ciernes, agazapado detrás de los estantes, con los ojos bien abiertos, nunca dispuesto a retirarse sin una víctima (libro); en otras ocasiones, simple y llanamente por descuido. Un descuido que surge por la ingenuidad de creer que leerás el libro que acabas de comprar. En la mayoría de los casos ese libro va a parar a una de las tantas columnas de ejemplares que hay en casa —pues no hay espacio en los estantes— que, aún peor, te observan tambaleantes.
Pero entre las obsesiones nocivas tengo a la informática. —«La musa de mis demonios»—. Esa obsesión se vio plasmada en mi primer artículo en donde presenté alguna idea. Programación y Tecnología: Un camino equivocado hacia la construcción de artefactos (2019) da comienzo a una obsesión que me persigue hasta estos días: ¿cuál es la relación de la tecnología y los conceptos?, o, dicho de otra manera: ¿en qué se diferencia el mero uso con la creación?
Cuando vemos anuncios de tutoriales, cursos en línea, bootcamps: percibimos tecnología. Algo ya creado. Las tecnologías (entiéndase por lenguajes de programación, bibliotecas, frameworks, etc.) ocultan los conceptos dentro de capas de abstracción, que, necesarias para reducir la complejidad del desarrollo de software, ameritan una revisión de cómo están construidas, y para eso se necesita un mínimo de dominio de conceptos. Sobre todo si la necesidad de ser creador es más fuerte que la de ser usuario.
Y en un área que muchos que la practican no conocen de teoría, o no saben de ciencia de la computación, o para ser claros: no les gusta la matemática, es de presuponer que su apego a la tecnología sea mayor. Obteniendo así dos posibles títulos para una misma película: Tecnología Como Obsesión u Obsesionados por la Tecnología.
En esas andaduras nos encontramos. Las voces persisten y las omisiones también. Cabe esperar que todos cultivemos nuestras propias obsesiones; excepto los que no tienen ninguna, pues es en ellos donde está el mayor peligro: creer que las obsesiones son algo a erradicar. Dicha labor es en vano. Nadie puede escapar de su sombra.
Pido disculpas por si este artículo contiene errores gramaticales, pues no lo he revisado desde su publicación.